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Adiós al macho solitario: la moda de "los hombres que conversan"

La moda de "los hombres que conversan"

Se relaciona a la sororidad con el vínculo de solidaridad entre las mujeres, fundamentalmente frente a las discriminaciones y violencias originadas en una cultura patriarcal.


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En los últimos años, la palabra sororidad ha ganado fuerza como un concepto potente entre mujeres para expresar apoyo, complicidad y vínculo. Sin embargo, no existe todavía una expresión equivalente con igual profundidad y vigencia para los hombres. La palabra fraternidad parece haber perdido brillo: usada en exceso, a veces se percibe lejana o vacía. Y sin embargo, hoy más que nunca, hace falta rescatar esa fraternidad auténtica: la que habilita a los hombres a mostrarse vulnerables, reflexionar sin miedo, conversar desde el alma y tejer vínculos sinceros. Es urgente abrir espacios donde ellos también puedan hablar de espiritualidad, de emociones, de familia, de propósito, sin ser juzgados ni empujados al silencio por estereotipos que ya no sostienen nada.



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Cuando los hombres bajan la guardia

Según diversas investigaciones, como las de la reconocida académica Brené Brown, la mayoría de los hombres ha sido educado para no mostrar debilidad. En contextos sociales, el guion es predecible: chistes, deportes, autos, trabajo. Las emociones más profundas se quedan fuera. El temor al juicio o al ridículo bloquea la posibilidad de hablar de lo que realmente importa. Pero cuando se crean espacios seguros, donde se sabe a qué se va, ese blindaje emocional se suaviza. Compartir desde la autenticidad permite liberar cargas, estrechar lazos y mejorar la salud mental y física. Escuchar a otros atravesar desafíos similares reduce la sensación de aislamiento. Aparece el alivio: no soy el único, no estoy solo.



Aprender desde el vínculo

En una cultura que sobrevalora la autosuficiencia, pedir ayuda se asocia con fracaso. Sin embargo, esa lógica nos empobrece: nos priva de miradas distintas, de oportunidades de crecimiento, de una comprensión más rica del mundo. En encuentros entre hombres de diversas edades, historias y contextos, se puede dialogar sin competir, sin imponer. Sólo escuchar, aprender y compartir. Estos espacios, aunque informales, pueden convertirse en verdaderos laboratorios de transformación humana. Una suerte de colmena donde se produce, a través del vínculo, una miel de sabiduría colectiva.



Reconectar con lo femenino

Promover que los hombres reflexionen sobre el ser más allá del hacer, es casi un acto contracultural. Pero necesario. Todos los seres humanos tenemos tanto una energía activa como una más receptiva y contemplativa. Integrarlas es clave. Rescatar la dimensión femenina del varón no implica debilitarlo, sino todo lo contrario: ampliar su mirada, abrirlo a lo sensible, lo afectivo, lo cuidadoso. En tiempos de hiperproductividad, hacer espacio a la introspección, la ternura, el amor a los detalles y a la vida, es también una forma poderosa de resistencia y evolución.



La interioridad como forma de vida

Occidente ha separado por siglos el cuerpo del espíritu, como si fueran dos mundos distintos. Se nos enseñó que la vida interior ocurre solo en momentos especiales: en silencio, en soledad, lejos del bullicio. Esa espiritualidad “de retiro” es valiosa, pero limitada. Otra forma de entender la interioridad es como una actitud constante, una forma de estar atentos al fluir de la vida que nos atraviesa. Si nos pensamos como membranas permeables, abiertas al entorno, lo espiritual deja de ser algo separado y se vuelve parte integral de cada encuentro, de cada gesto, de cada decisión.



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Tres lentes para una vida consciente

Podemos sintetizar esta forma de vivir a través de tres lentes que se superponen y enriquecen entre sí:

  • El lente de la presencia: estar verdaderamente presentes, con los cinco sentidos activados. Escuchar de verdad, mirar con atención, saborear la experiencia de estar vivos. No vivir en automático, sino abrirnos a cada momento con autenticidad.

  • El lente del gran angular: ampliar nuestra mirada. Reconocer la complejidad humana, salir del pensamiento binario. Escuchar sin juzgar. Comprender antes que responder. Este lente nos ayuda a ser más empáticos y menos reactivos.

  • El lente simbólico: leer entre líneas. Ver en cada gesto, lugar o situación, un significado más profundo. Reconocer las huellas humanas en todo. Entendernos como parte de una red viva de vínculos y memorias compartidas.


Rescatar la fraternidad masculina no es volver al pasado, sino reinventar los vínculos desde otro lugar. Uno más humano, más presente, más consciente.

  • La interioridad no es un refugio aislado, sino una forma de habitar el mundo con profundidad.

  • Reflexionar sobre lo trascendente no es exclusivo de lo religioso: es una actitud de búsqueda de sentido.

  • Mirar con estos tres lentes nos ayuda a vivir con más gratitud, más alegría, más ternura, más propósito.


En tiempos de incertidumbre, volver al vínculo, al cuidado y a la escucha puede ser el acto más revolucionario que los hombres pueden realizar. 



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