Déficit vs superávit de humanidad

Déficit vs superávit de humanidad: cómo la era digital nos aleja de lo esencial y cómo podemos recuperarlo

No, no hablo del dólar ni de las bolsas mundiales. El peor déficit de nuestro tiempo es el de vida real. Estamos perdiendo humanidad. A causa de la adicción a las pantallas —en niños, jóvenes y adultos— nos estamos volviendo más impulsivos, menos empáticos, más irritables y profundamente desconectados. No solo de los otros, sino de nosotros mismos.

Los datos son claros: los adolescentes pasan hasta nueve horas diarias en sus celulares, según estudios recientes en Estados Unidos. Pero no es solo una estadística. Es una tragedia cotidiana. Estamos entregando tiempo valioso de aprendizaje, creatividad y vínculos a un mundo de estímulos vacíos que no educan, no forman, no nutren.

Las consecuencias

Las consecuencias ya se están viendo: aumento de ansiedad, depresión, insomnio, trastornos alimenticios, dificultad para concentrarse, distorsión de la imagen corporal, pérdida de empatía y una marcada dificultad para sostener el esfuerzo y la frustración. Se habla con razón de la generación “cristal”, que se quiebra fácilmente porque no ha sido entrenada para la vida real.

Recuerdo lo que decía hace más de dos décadas la neuropsiquiatra Amanda Céspedes: el juego infantil debía parecerse al de los primates, porque esa actividad física y relacional desarrolla al máximo el cerebro. Subirse a un árbol, revolcarse en el barro, “cachorrear” con otros, es lo que construye habilidades cognitivas, emocionales y espirituales.

El encierro digital

Pero hoy, ese mundo ha sido reemplazado por el encierro digital, donde todo parece verdadero pero nada lo es. Y es que no es lo mismo jugar fútbol en una pantalla que entrenar con amigos. No es lo mismo mandar un emoji que visitar a alguien cara a cara. No es igual ver un viaje en Instagram que vivirlo, con el cuerpo, los sentidos y el alma. Y, por supuesto, no es igual vivir en la Matrix que encarnarse en la complejidad —y belleza— de lo humano.

Este mundo virtual, tan lleno de dopamina fácil, está atrofiando el pensamiento crítico, debilitando el cuerpo y sobre todo, rompiendo el músculo espiritual. Nos deja sin sentido, sin trascendencia, sin dirección. Y ahí está el verdadero drama.

Volver al origen y equilibrarnos

La salida no está en eliminar la tecnología porque no es de ella la culpa; sino en volver al origen y equilibrarnos. Se trata de hacer un détox digital, en reducir el tiempo que damos a lo virtual y recuperar el contacto con lo tangible, la comunidad, el trabajo, el juego, la oración y el silencio, con la vida que Dios nos regala cada día lejos de una pantalla.

Y, si queremos prevenir este daño en los niños, debemos postergar su exposición a pantallas, hablar con ellos de estos riesgos y, sobre todo, dar testimonio con nuestra propia vida.

Porque sí, todavía se puede. Y en esta Pascua, en la que celebramos que Jesús resucitó con su cuerpo glorioso, humano y verdadero, recordamos que nuestra vocación no es vivir en la nube, sino encarnarnos plenamente, como Él lo hizo. Volver a lo humano es, en definitiva, resucitar con Él.