La resurrección de los ‘anawin’

Los ‘anawin’ eran, en tiempos de Jesús, la gente más frágil y desprotegida de su sociedad: campesinos sin tierra, viudas, huérfanos, jornaleros, enfermos y personas marcadas por la pobreza y la exclusión. Vivían al margen de las estructuras de poder religioso y político, pero mantenían una fe sencilla y una confianza radical en Dios porque no tenían otro sostén. En la tradición bíblica, el término no solo describe una condición económica, sino también una postura interior: los humildes del pueblo bíblico, los que viven con manos abiertas, conscientes de su límite y disponibles para la acción de Dios.

Traigo a este pueblo a la memoria porque su figura puede ser un consuelo para quienes hoy se sienten vulnerables, fuera de los círculos de poder o desamparados a su suerte. Vivimos tiempos en que el poder global se concentra en muy pocas manos, y algunas actúan con codicia, soberbia y violencia. No solo administran recursos económicos, sino que parecen apropiarse del relato moral, de la verdad y hasta del porvenir de la mayoría, amparadas en la obsesión por la seguridad y el control.

Respuestas simples

Muchas comunidades, países y organizaciones, atemorizadas por la incertidumbre y por cambios que no saben procesar, han optado por cobijarse en la comodidad ilusoria de respuestas simples. En ese terreno fértil, los pueblos oscilan buscando quién promete más seguridad o bienestar. Embriagados y manipulados por discursos de prosperidad, muchos entregan su capacidad crítica solo para vivir tranquilos y tener pan. ¿Dónde están los acuerdos, la visión de Estado, el bien común, los derechos y los deberes? ¿Dónde la discrepancia fecunda y la complementariedad? ¿Dónde el espacio para crear, ayudar y multiplicar lo humano y lo espiritual?

Quienes intentamos vivir desde una vulnerabilidad honesta, lejos de las seguridades del ego y de las trampas de la sociedad del rendimiento, caminamos un sendero austero, solitario y profundamente contracultural. Los ‘anawin’ del siglo XXI hemos resucitado porque creemos que las personas pueden transformarse, que los pueblos no son corderos destinados a ser explotados, sino hijos e hijas de Dios llamados a la dignidad, y que las sociedades pueden evolucionar.

Somos pocos

Somos pocos, pero estamos dispuestos a escuchar para construir una verdad; abiertos a recibir en vez de controlar; conscientes de que la autosuficiencia es una ilusión y de que la riqueza espiritual nace justamente cuando una persona se reconoce desnuda de pretensiones y disponible para ser transformada.

No cedamos a la desesperanza frente a los tiburones políticos de derecha o de izquierda, ni frente a las multinacionales tecnológicas que intentan adueñarse de nuestras decisiones y libertades. Resistamos con fe y fortaleza la llegada de estos supuestos “mesías” que prometen salvarnos del mal. Si permanecemos del lado del Amor, la batalla ya está ganada. Puede que no lo veamos de inmediato, pero el Amor siempre vence al temor. Lo nuestro es esperar activamente: trabajar por la paz, la fraternidad y la justicia sin parar.

Trinidad Ried Goycoolea.