La cura de los curas
- Trini Ried
- 6 mar
- 3 Min. de lectura
La cura de los curas
Para nadie es novedad el agobio y exceso de tareas que tienen hoy los sacerdotes o curas debido a la baja notoria en las vocaciones y a la salida de tantos otros que dejaron el ministerio por diversas razones. Encontrar un sacerdote disponible para evangelizar en lugares o misiones nuevas es como encontrar una aguja en un pajar.
Más allá del dolor que su ausencia que nos puede provocar en nuestras comunidades, parroquias, familias y sociedad, me preocupa (al menos en Chile) quién los cura a ellos, cuidando su salud física, mental y emocional.
El estado del arte
A excepción de las emergencias como funerales o sacramentos planificados con anterioridad, encontrar hoy un sacerdote libre para ayudar en el acompañamiento de una comunidad, de un colegio, de un apostolado, de una cárcel u hospital, se ha vuelto casi tan difícil como subir el Everest. Las organizaciones que pertenecen a alguna congregación u movimiento religioso no lo sufren tanto, pero el pueblo de Dios genérico está con “hambre” de pastores y los que hay apenas dan abasto. Cada cura tiene un universo promedio de 9.000 habitantes si cubriésemos todo el país.
Desde la mañana a la noche, hoy muchos curas, literalmente, no pueden parar de atender las demandas de su comunidad. Hablaba hace poco con un cura que está solo en una parroquia en la zona oeste de Santiago y tiene cinco capillas a su cargo, todas las catequesis, la capellanía de un colegio y muchas obras más. En qué tiempo se puede atender su propia necesidad humana de descanso, de apoyo, de contención, de formación, de crecimiento espiritual, de ejercitar el cuerpo y de cuidar el corazón y el alma. Si a eso sumamos la agresión que muchas veces reciben, pasiva o activa, “pagando los platos rotos” que otros rompieron en la confianza con la Iglesia y el éxodo de muchos de sus hermanos, tenemos los ingredientes perfectos para quemar vocaciones bonitas y queridas por Dios.
Agravantes
Nunca debemos olvidar que los sacerdotes son seres humanos como todos, pero, por su ministerio, reciben las emociones y mociones más intensas de los demás. Si bien hay momentos llenos de gracias como los bautizos, primeras comuniones, matrimonios y otras celebraciones litúrgicas llenas de sentido y espíritu, también son ellos quienes acompañan cotidianamente la muerte, la enfermedad, el dolor, la depresión, la soledad, el fracaso y el sufrimiento de la comunidad.

Con todas sus fuerzas y también con sus propias fragilidades, tratan de ayudar a resignificarlo, asumirlo y regalar paz, pero ¿qué pasa con sus propias cruces si es que no tienen tiempo para ello? En el papel sabemos que quizás tienen un acompañante espiritual, pero, como nadie, viven la “soledad” del encargo que les encomendó Dios. Somos seres humanos encarnados y necesitamos el combustible del afecto, el cuidado y la atención recíproca…¿Quién cura a los curas hoy?
Un círculo vicioso
El tema es de alta complejidad y solo queda confiar en Dios, ya que lamentablemente esta escasez hace que las comunidades se dispersen y se debilite la fe. Si bien los laicos podemos poner todo nuestro entusiasmo y creatividad, hay tareas que no podemos asumir (especialmente los sacramentos y el testimonio de la vida religiosa), y así es difícil que surjan nuevas vocaciones que arreglen la situación. La oración es nuestra aliada y la Virgen nuestra cómplice para caminar en esta realidad tan adversa para los sacerdotes y los creyentes en general.
Sé que no es una ayuda relevante a nivel numérico ni tampoco soluciona el desafío actual, pero, si algún sacerdote me lee, quiero que sepa que, como santa Teresita de Lisieux, que rezaba siempre por un amigo sacerdote que se había ido a misionar a Oriente, me comprometo e invito a todos a rezar diariamente por ustedes desde mi pequeña realidad para que tengan fuerzas, alegría y paz para continuar dando la vida por la construcción del Reino de Dios. Que sea un trago de agüita fresca que los reconforte en momentos de desierto o extrema soledad.
Comments